EL ASEDIO ANGLO-HOLANDÉS DE CÁDIZ DE 1702
En
1702 la flota inglesa se dirigió a la bahía gaditana para
protagonizar uno de los episodios más relevantes en la historia de
Cádiz.
Gran
parte de mis investigaciones se han centrado en la historia de la
Bahía de Cádiz. La tradición, la riqueza cultural y la fuente
inagotable de vestigios que se localizan en la región hacen de ésta
una de las zonas peninsulares más destacables.
Anónimo. Rijksmuseum |
Elegir
un episodio para dedicarle una entrada (aunque humilde y breve) es
sumamente complicado, pero éste en concreto se narra con exquisito
detalle en numerosas publicaciones que comienzan a aparecer desde
casi al instante siguiente de finalizar aquella breve ocupación
inglesa, caso de la obra de fray Pedro Cano, en defensa de la
actuación de Francisco Antonio Díaz Cano,i
e incluso ha dado para largas tertulias, estudios y monografías al
respecto, caso de la obra de Francisco Ponce Cordones titulada Rota,
1702ii
que servirá como hilo conductor de este artículo que damos
por iniciado.
Las
desavenencias dinásticas de finales del XVII y principios del XVIII
se extendieron por media Europa y la península Ibérica no fue para
nada ajena a ellas. Más allá de éstas, que daría para más de un
artículo, en pleno
verano del 1702, la
flota combinada inglesa y holandesa descendía por la costa atlántica
peninsular poniendo rumbo hacia Cádiz, presentándose
frente a las costas gaditanas el 23 de agosto.
La indefensión de las plazas gaditanas, a excepción de unas pocas
se hizo patente en aquel momento. La falta de recursos económicos
para el mantenimiento de las murallas y la falta de personal militar
no auguraban nada bueno.
El
espectáculo de la poderosa flota avistándose desde poniente puso a
no pocos en retirada, huyendo unos fuera de las poblaciones y
escondiéndose en los campos, y a otros rezando en sus propias casas
viendo cómo los cuerpos de guardia se encontraban desiertos a pesar
de los reiterados toques de rebato para la defensa. Y
no era para menos, 30 navíos, 6 fragatas, 2 corbetas, 5 bombardas y
9 brulotes, pertrechados con 2.570
cañones y con una dotación conjunta de unos 16.400 hombres,
acompañada de una escuadra
holandesa compuesta por 20 navíos, 3 fragatas, 3 bombardas y 3
brulotes, con 1.580 bocas de fuego y una dotación de 10.850 hombres,
todo ello bajo el mando del almirante Sir George Rooke. A pesar de
esto, lo cierto es que las órdenes que tenían los soldados
invasores eran la de no disparar ni saquear, al contrario, la de
tratar con cortesía a cualquier español que fuese a ellos, al menos
en primera instancia.
Las
fuerzas navales de que disponía España para la defensa de la bahía
gaditana eran, por parte de la Armada, la escuadra de galeras del
apostadero de Cartagena y cuatro bajeles y seis galeras de Francia
que se encontraban en la bahía, al frente de las cuales estaba el
capitán de navío Valbelle. El Ejército únicamente disponía de
las tropas veteranas, que encuadraban a 150 infantes y 30 jinetes. En
la ciudad de Cádiz, gobernada por el milanés Escipión Brancacio,
duque de Brancacio, se disponía de 300 hombres de guarnición,
además de otras pequeñas unidades apostadas en castillos, faltos
todos ellos de munición y alimentos.
El
desembarco inglés se realizó el 26 de agosto en un extenso arenal
al este de Rota con una tropa compuesta por 1500 granaderos que
aniquilaron la unidad de sesenta jinetes que fue a su encuentro. 500
de esos granaderos atacó Rota que procedieron a la conquista del
Castillo de Luna y asolaron la ciudad.
Frederik Muller & Co. (Amsterdam) Rijksmuseum |
El
resto de la tropa británica se dirigió a El Puerto de Santa María.
Cerca de esta ciudad se encontraba el castillo de Santa Catalina, que
con sus 20 cañones era el principal fuerte en el interior de la
bahía de Cádiz. Los atacantes lo tomaron sin lucha debido a la
huida de sus defensores. Tras aquella conquista, la rapiña de
iglesias y conventos se unió la violación de las mujeres,
vejaciones de la que no se libraron ni las monjas de clausura. El
pillaje y la destrucción no se detuvieron y se extendió a los
bienes de los vecinos, que también fueron pasto del saqueo.
Rota,
cuyo muelle fue utilizado para desembarcar el armamento y los víveres
para las tropas, y embarcar lo saqueado, también sufrió el escarnio
del saqueo. Extraordinariamente descriptivo es el texto de Fray Pedro
Cano en que podemos leer lo siguiente:
“El
estado en que Rota quedó fue el más horroroso, porque además de
los tristes ayes de los pobres vecinos robados y destruidos,,, se
miraban quemadas cinco casas y un molino de viento; todos los
colchones, cajas, baúles, botas, lienzos de pintura, esteras,
cantaras, silletas, de paja, y demás alhaja menores estaban
deshechas y repartidas por las calles, y en ellas repartidos 30
machos y bueyes ya podridos; un inglés muerto en una casa; casi
todas las de lugar rotas las puertas y ventanas, los papeles de los
escribanos desbaratados, el archivo de la villa deshecho; todos los
ornamentos de las iglesias robados, no habiendo exceptuado ni aun a
los vestidos de Nuestra Señora de la Soledad, dejando a su imagen
deshecha la cara, y quebrando brazos y piernas a una de San
Sebastián; la cárcel y la carnicería sin puertas, y los cuartos
del Castillo tan llenos de inmundicias que su vista era intolerable
(…) unos y otros quedaron destruidos (y arruinados), porque el
castigo de venderle los ganados comprendió a buenos a malos, y lo
mismo experimentaron en el saqueo de las casas, que fue en tres
ocasiones,: la primera por los mismos vecinos que se quedaron, porque
suponiéndolo todo perdido, no dejaron casa sin registrar y robar,,;
la segunda por los ingleses, porque aunque al principio se
abstuvieron de hacer daño, lo ejecutaron después que vinieron del
Puerto a embarcarse, y la tercera por nuestros soldados y miqueletes,
que acabaron de barrer lo que aun había quedado con orden, que para
ello la tuvieron del Sr. Capitán, de tal forma que en las casas solo
quedó lo que por inútil pesado no se pudo aprovechar.”
El
reembarco de las tropas anglo-holandesas comenzó un mes después,
abandonando la Bahía y poniendo rumbo norte.
Pero,
¿qué sucedió para que una ventaja tan abrumadora no fuese
suficiente para conquistar Cádiz y tener que retirarse?
La explicación la encontramos en
la discordia que
se abrió entre los
jefes británicos
y holandeses quienes
procedieron con gran lentitud y desorden. Como
comenté antes, tras la conquista del Castillo de Santa Catalina, las
tropas atacantes se dedicaron al pillaje y saqueo. En parte se debió
al enorme botín de barricas de vino que encontraron en el interior
del fuerte y que transformó un ejército bien disciplinado en una
soldadesca que asaltó brutalmente
a la población.
Cuando entraron
en el Puerto de Santa María y la saquearon brutalmente los
protestantes mostraron un odio extremo a la Iglesia Católica
profanando todo lo sagrado y entregando las monjas a la soldadesca.
El tiempo dedicado a esta vergonzosa expansión tuvo consecuencias
muy negativas para los invasores. En el pueblo quedó una hostilidad
implacable contra la causa del archiduque. Entre los partidarios
españoles de Felipe V la guerra tomó el carácter de cruzada contra
unos atacantes protestantes. Además
de esta cuestión, los altos mandos atacantes dudaron en cuál debía
ser el siguiente paso a seguir. Los británicos
querían dejar a un lado la conquista de Cádiz e introducirse por El
Puerto de Santa María hacia Jerez y Sevilla. Pero en el consejo de
guerra celebrado en el fuerte de Santa Catalina prevaleció la
opinión del barón Sparr, mariscal de campo holandés. Éste,
persuadido de la conveniencia de seguir con la idea inicial de
conquistar Cádiz, se brindó a dirigir el ataque al castillo de
Matagorda para que, una vez tomado, los buques de la flota combinada
pudieran entrar hasta el fondo de la bahía.
Entretanto, a
Cádiz le fue concedido el tiempo necesario para preparar su defensa.
El conde de Fernán Núñez acudió con sus galeras a reforzar la
ciudad. Villadarias, aprovechando su gran conocimiento del terreno,
atacaba en multitud de sitios con sus jinetes. La armada inglesa
volvió a fracasar ante las defensas de Cádiz como ya lo había
hecho en tiempos de Felipe
II
y de Felipe IV.
iCANO,
Pedro (fray): Díaz Cano vindicado,,. Apología a favor de la
notoria lealtad de D. Francisco Antonio Díaz Cano y Carrillo de los
Ríos, contra la calumnia que corre impresa en “Comentarios de la
guerra de España”. Madrid,
1741.
iiPONCE
CORDONES, F.: Rota, 1702. un episodio olcidado de la Guerra de
Sucesión. Instituto de
estudios gaditanos. Diputación Provincial de Cádiz. 1979.
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