La Edad Media y el miedo a la mujer

marzo 12, 2018

Superado el obscurantismo del positivismo es hora de romper los esquemas y acercarse a la figura de la mujer y su papel en la Edad Media


el pecado original Adan y Eva
El Pecado Original, Bertram von Minden, 1375.
Eva puede interpretarse como “vida”, “calamidad” o “¡ay de ti!”. “Vida” porque fue el origen del nacer; “calamidad” o “¡ay de ti!” porque su prevaricación es la causa de la muerte. Su nombre “calamidad” lo tomo derivado de “caer”. San Isidoro explicará, más adelante en sus Etimologías que El nombre de varón (vir) se explica porque en él hay mayor fuerza (vis) que en la mujer; de aquí deriva también el nombre de “virtud”, o tal vez porque obliga a la mujer por fuerza. La mujer, mulier, deriva su denominación de mollities, dulzura, como si dijéramos mollier (...) La diferencia entre el hombre y la mujer radica en la fuerza y en la debilidad de su cuerpo. Es mayor en el varón y menor en la mujer la fuerza.2

La influencia de San Isidoro, unida a la de San Pablo, San Agustín u otros como San Jerónimo o San Ambrosio, presentan a una mujer que según el natural orden y en razón de su propio sexo debe ser sometida al varón aunque sea igual ante Dios. Está concepción determinará no antes del siglo XII y, sobre todo, a partir de la redacción del Decreto de Graciano3, que la mujer estará sujeta al varón y no podrá tener capacidad jurídica alguna. Un siglo después, Tomás de Aquino recurriría a Aristóteles para definir a la mujer como un varón fallido, una especie de accidente, que dotaba a la mujer de menos razón que al varón puesto que nacida del varón y para él, ésta sería inferior y por lo tanto sometida al hombre. Cien años más tarde, ya en el siglo XIV Guido de Baysio iría un paso más allá, y afirmaría categóricamente que las órdenes sagradas solo se podrían dar a los miembros perfectos de la Iglesia concluyendo que La mujer sin embargo no es un miembro perfecto de la Iglesia sino el varón.4

En base a estas afirmaciones los teólogos y los canonistas del período intentaban justificar la situación de inferioridad de la mujer en la sociedad medieval. Su condición no radicaba por tanto sobre si su origen era judío, tardorromano o medieval sino simplemente su género. Pero existía incluso un discurso más incoherente. Aquel que mantenía un cierto temor ancestral sobre la mujer por parte del hombre de tal forma que justificaba la castidad que se le imponía sobre el género femenino. En el siglo décimo un famoso abad llamado Odón, de la Abadía de Cluny, comentaba lo siguiente: La belleza física no va más allá de la piel. si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, lame la vista de las mujeres les levantaría el estómago. si no podemos tocar con la punta de los dedos un escupitajo o una mierda, ¿cómo podemos desear besar ese saco de excrementos?5

Para la época el argumento era de peso y se reprodujo en no pocos escritos procedentes de eclesiásticos, tal vez auspiciados por los momentos de crisis existenciales derivados del fin del periodo medieval que no hicieron más que acrecentar en todas las capas sociales el miedo a la figura del demonio. ¿Cómo afectaría esa imagen a la conciencia del colectivo?

El discurso de la Iglesia se mantuvo en esta misma dirección, más si cabe a partir de los siglos XII y XIII, momentos en los que comienza a emerger una cierta preocupación por la mujer que se inicia con la exaltación de la Virgen María. Gracias a esta situación la institución del matrimonio se convierte en el fin de prácticas tales como el concubinato, la repudiacion y las esposas more danico, o dicho de otra manera, las concubinas oficiales. Además, reflejo de está condición será el aumento en el número de mujeres canonizadas o beatificadas por la Iglesia. A diferencia de lo anterior empiezan a ser consagradas, no solamente las vírgenes, sino que también encontramos mujeres casadas como Santa Isabel de Hungría, mujeres solteras como Santa Catalina de Siena, o adeptas a la pobreza como Santa Teresa de Asís. Pero la beatificación y canonización no solo se mantiene en las capas altas de la sociedad sino que también encontramos sirvientas o criadas tales como Margarita de Città di Castello. Todas ellas presentadas por la Iglesia como modelos a imitar.

El modo en el que la Iglesia se dirige a la mujer también cambia. Si hasta el momento la Iglesia se dirigían a la mujer de manera personal a través de cartas dirigidas a mujeres en concreto a partir de este momento aparecen los sermones dirigidos más específicamente a las mujeres en sus diversas actividades, ya fueran nobles, esposas de burgueses, adolescentes, criadas o llanas.

En definitiva toda la procedencia documental e ideológica de la Iglesia así como la de los poderes públicos sostienen a la mujer en un estado de inferioridad permanente, donde ley y vida cotidiana o jurisdicción y religión reflejan una realidad y una construcción intelectual destinada a justificar el ejercicio del poder y comprensión, estableciendo unas leyes sobre la vida cotidiana donde la mujer cumple un rol inferior al del hombre.

En el plano familiar, la Iglesia lucha de manera convencida para controlar la vida privada combatiendo, a través del matrimonio, la monogamia y la exogamia, aspectos todos que mejorarían la condición de la mujer ya que además de la prohibición del divorcio, estaba la prohibición de la repudiacion y de los matrimonios clandestinos y sobre todo la necesidad de que la mujer diese su consentimiento para el matrimonio; mínimos pasos que, sin embargo, le otorgarían un papel de igualdad con el varón. El matrimonio sirve además para proteger a la mujer llegamos al caso también a los hijos desde un punto de vista económico, puesto que siguiendo el derecho romano la mujer nunca sería parte de la familia del marido sino que seguiría perteneciendo a la de su padre y en donde la dote estaría siempre destinada a proporcionar a la mujer su mantenimiento durante su vida pese a que estos bienes estarían administrados por el marido mientras viviese. La cuestión de la dote se convirtió en principal principalemente en las capas altas de la sociedad medieval por razones obvias. Hasta tal punto llegó la situación que se elaboraron textos que permitían a la mujer reclamar su dote frente a maridos insolventes; no se trataba de otorgar a la mujer de una cierta igualdad con su marido frente a los bienes, sino de permitir que estos bienes sirviesen efectivamente para su mantenimiento y fuesen transmitidos a sus herederos.

Si en el plano familiar el matrimonio y la dote permitían cierta liberación de la mujer en casos concretos, esto no lo encontramos a nivel laboral porque durante la Edad Media el trabajo no representaba un criterio de integración social y menos aún de liberación, debido en parte a que la Iglesia siempre entendía que el trabajo era sinónimo de sufrimiento y condena estando reservado a aquellos que no servían con las armas o las oraciones. La población medieval conocía perfectamente aquella condena bíblica representada de manera casi constante en todas las representaciones artísticas que inundaban las iglesias y que exponían al varón ganando su fan con el sudor de su frente y la mujer pariendo con dolor.

En el plano religioso el papel de la mujer fue ignorado y se limitaba a los monasterios femeninos, beatas o reclusas llevando una vida apartada. Sin embargo la situación era algo más compleja. y en caso de los monasterios femeninos la proliferación de mujeres solteras o viudas que no tengan cierran sus votos denota que se les permitía expresar su voluntad llevando una vida acorde con sus deseos. La permanencia en estas instituciones de religiosas que habían sido donadas como oblatas siendo aún niñas, de jóvenes que sus padres habían destinado a la vida religiosa y de viudas que las escogían como retiro, debía de favorecer el que se llevará en algunos de ellos una vida más alegre que fuera de estas instituciones. Pero no solo dentro de sus paredes las mujeres expresaban su voluntad. A partir del siglo XII, muchas mujeres optan por llevar formas de vida religiosa que no incluyan el ingreso en un monasterio; otras en cambio adoptaban una vida en común sometida a ciertas reglas y formaban grupos de terciarias de las ordenes mendicantes; también la sabía que eran simples laicas en sus puestos sus casas o en casas ajenas y que tendían a seguir otras formas religiosas o hereticas. La adhesión a una herejía constituía el punto extremo de una amplia variedad de actitudes frente a la religión, actitudes que tienen en común el tratar de colmar las aspiraciones de mujeres que no se conformaban con la vida cotidiana y los ritos de la religión tradicional.

En definitiva, la Edad Media, así como otras épocas históricas de la humanidad, no deja de ser un período dedicado y controlado por el hombre. Pero dentro de esta situación masculinizada, lo femenino conoció cierto progreso pese a las resistencias más que evidentes que topó. La realidad cotidiana puso de manifiesto que la mujer tenía un papel mucho más importante de lo que el discurso oficial reveló puesto que no solo era depositaria de las tradiciones y de aquel saber no escrito sino que también era educadora de sus hijos, portadora de noticias y dominadora de la esfera de lo privado. Su integración en el mundo del trabajo iba acorde con el papel asignado por las órbitas eclesiásticas, esto es, administrar su casa y ayudar en las faenas del campo o en el taller del artesano. Sin embargo, también pudo desempeñar una actividad propia y su acceso a la cultura no estuvo mucho más apartado de la de la gran mayoría de los hombres, eso sí,, vinculado a la religión o a la vida en un monasterio, lugar en el que finalmente la mujer podría vivir profundas experiencias personales que se traducirían en obras escritas o dictadas, visiones y uniones místicas con Dios.

Frente a la hostilidad oficial hacia mujer, la Edad Media constituyó una realidad en la que la mujer experimentó cambios, mejorías pero también retrocesos.



Referencias

1 Isidoro de Sevilla fue un eclesiástico católico erudito polímata hispanogodo. Fue arzobispo de Sevilla durante más de tres décadas (599–636) y canonizado por la Iglesia católica. Es uno de los Cuatro Santos de Cartagena.
2 ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías, Ed. B.A.C., Madrid, 2004, p.643.
3 Obra del siglo XII perteneciente al Derecho canónico que trata de conciliar la totalidad de las normas canónicas existentes desde siglos anteriores, muchas de ellas opuestas entre sí. Su autor fue el monje jurista Graciano que lo redactó entre 1140 y 1142 y constituye la primera parte de la colección de seis obras jurídicas canónicas conocida como Corpus Iuris Canonici.
4 GUIDUS a BAYSO, Rosarium, fs. 335-336, cit. por A. GINER SEMPERE, Potestad de Orden, o.c., pp. 846-847.
5 S. Oddonis Abattis Cluniacensis Collationes, Liber II, cap. IX.

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